jueves, 21 de julio de 2011

El Yo en Freud y sus variaciones en “Introducción al Narcisismo” y “Duelo y Melancolía”, finalizando en la formulación de “El Yo y el Ello”: una revisión conceptual.

Autor: Beatriz Carrión de Negri
Psicoterapeuta Psicoanalítica
beacd8@gmail.com


“…ser un Yo es tener la capacidad de emitir señales que los demás reciben… Ser un Yo es sentirse único…Tener un Yo es poderse replegar sobre si mismo”
Didier Anzieu (1974).


En el presente ensayo, se pretende hacer un recorrido del concepto del Yo (Ich) en Freud, por medio de la descripción de tres escritos, que sin duda marcaron épocas sustanciales, profundizando esencialmente en “El yo y el ello”,  texto en el que, finalmente, se describirá al yo como instancia.  La segunda tópica freudiana resulta la causa de diferentes tipos de lecturas de la misma, realizadas por diversos autores como son Jaques Lacan, Melanie Klein y por supuesto, Ana Freud, entre otros.  Sin embargo no se logra respirar su complejidad y dominio sin tener en claro su origen y progresiva evolución.  Hacer un recorrido detallado del concepto del yo en toda la teoría de Freud se encuentra lejos de ser el objetivo de este ensayo.  No es, sino por un intento de clarificación personal, a causa de algunos textos que captaron mi interés, que se pretende distinguir las diferentes visiones de un concepto que constituye pilar fundamental de la teoría psicoanalítica.

Comencemos nuestro recorrido en 1914, en el escrito “Introducción del narcisismo” (Zur Einführung des Narzissmus).  Freud propone el término narcisismo como concepto de la teoría de la, libido, en la que ésta se sustrae del mundo exterior y se reconduce al yo.  Define un narcisismo primario como una etapa necesaria en la primera infancia en la que existe una sobreestimación del poder de los deseos y pensamientos del niño, formando esto una originaria investidura (Besetzung) del yo que después debe ser cedida a los objetos.  Así, diferencia los conceptos de “libido sexual”, endosada a los objetos y “libido yóica”, dirigida hacia del yo. 

Una persona con un dolor orgánico, puede resignar su interés por el mundo exterior retirando libido de sus objetos de amor y colocándola sobre su yo, pero retornan cuando el sufrimiento cesa.   Este retiro narcisista también se encuentra en el estado del dormir y en la hipocondría, retirando la libido sobre ese órgano en especial.  También ocurre en  vida amorosa del ser humano, ya que el amor al objeto tiene como consecuencia una disminución de la libido yóica.   El niño y el adolescente toman, de sus primeras vivencias de satisfacción sus primeros objetos sexuales.  “Las primeras satisfacciones sexuales autoeróticas son vivenciadas a remolque de funciones vitales que sirven a la autoconservación.  Las pulsiones sexuales se apuntalan al principio en la satisfacción de las pulsiones yóicas y solo más tarde se independizan de ellas…” (Freud, 1914, p. 84). 

Por lo anterior se diferencia el tipo de elección de objeto por apuntalamiento, es decir bajo la premisa de que la persona encargada del cuidado del niño, la madre, se convierte más adelante en el primer objeto sexual;  y la elección de objeto narcisista, no eligiendo según el modelo de la madre sino según el de su propia persona, buscándose a sí mismos como objeto de amor, como sucede en la homosexualidad.  Por apuntalamiento se elige entonces a la mujer nutricia o al hombre protector, según sea el caso y según la elección de objeto narcisista se puede optar por: “lo que uno mismo es”, “lo que uno mismo fue” (fantasía de completud), “lo que uno querría ser” (partiendo del ideal del yo) y finalmente “a la persona que fue parte del si mismo propio” (madre o padre). (Freud 1914, p. 87). 

El narcisismo secundario que Freud intenta clarificar, proviene de la incapacidad de renunciar a esa gran satisfacción que el sujeto gozó una vez, a esa perfección de su infancia la cual procura recobrar desde su ideal del yo.   El ideal del yo aumenta entonces las exigencias del yo y esta es la principal causa de la represión.  La sublimación funciona aquí como un camino distinto que permite cumplir con cierta exigencia sin necesariamente dar lugar a la represión.

La idea de una posible relación entre la sublimación y la transformación de la libido de objeto en libido narcisista, es completada por Freud más adelante, en “El yo y el ello”.  Así mismo, refiere que es posible encontrar una instancia que vele por la satisfacción narcisista originaria del ideal del yo.  Por lo que podemos observar claramente que comienza aquí a desarrollar el concepto de súper yo, refiriéndose primeramente a una conciencia moral que más tarde será refinada.

Comprendemos, entonces, que el concepto de narcisismo trajo consigo una complicación: la libido yóica y libido de objeto que proponían una clasificación dualista de las pulsiones quizá ya no fuera válida.  En este texto, entonces, Freud considera una existencia permanente y simultanea entre los dos tipos de pulsiones: las pulsiones sexuales y las pulsiones yóicas.  Esto se origina por un continuo balanceo entre una y otra, siendo que si una se empobrece, la otra se enriquece, es decir, el yo podía ser la cede de una investidura libidinal al igual que cualquier objeto externo. 

Lo anterior, lo ejemplifica manifiestamente en el enamoramiento, convirtiéndose éste concepto en la máxima expresión de la expresión de la libido objetal, y en la paranoia, haciendo esta la máxima expresión de la libido del yo.  El término narcisismo, por lo tanto, ocupa un lugar esencial en el desarrollo del sujeto y posteriormente en el desarrollo de la psicosis por una investidura libidinal que recae sobre el yo. 

Es importante señalar que Freud insiste en el hecho de que la pulsión nunca se conoce como tal, únicamente se conoce su representación (Vorstellung) y ésta pasa a ser objeto de la conciencia por su unión con un afecto.  Cuando se llega a la representación palabra es cuando la conocemos, antes, solo es una representación cosa (imágenes).

En este momento, entonces, el yo es designado a la cede de la conciencia en el sistema de la primera tópica: consciente, preconsciente e inconsciente.


Lo que ahora suele describirse como estados de depresión fue abordado por Freud en su escrito de “Duelo y Melancolía” (Trauer und Melancholie), segunda parte de nuestra vía de descubrimiento del yo.  Lo que permitió a Freud abrir este tema fue precisamente lo que hemos revisado anteriormente: el concepto de narcisismo y de ideal del yo.   Lo que pretende Freud en este escrito es servirse de un afecto normal, como lo es el duelo, para profundizar sobre la melancolía.

El duelo es concebido como la reacción ante una pérdida, como es la de una persona amada, caracterizada por la falta de interés del sujeto por el mundo exterior.  Esto trae como consecuencia una inhibición y “angostamiento” del yo, provocando un gran displacer y dolor. Por lo anterior, y por la falta de existencia del objeto amado, el sujeto retira la libido de ese objeto, lo cual implica un gasto de tiempo y energía, pero una vez que se cumple con este proceso, el yo es de nuevo libre. 

La melancolía, por otro lado, es un proceso que conlleva una perturbación del sentimiento yóico o de sí mismo caracterizado por autorreproches, absorbiendo enteramente al enfermo.  A diferencia del duelo, Freud explica que en la melancolía no se sabe lo que se perdió, por lo que representa una pérdida no consciente.  Se desvanece la pulsión que obliga al ser humano a aferrarse a la vida. Freud dice, en relación a la melancolía, que el resultado de la pérdida de objeto no fue normal: “La investidura de objeto resultó poco resistente, fue cancelada, pero la libido libre no se desplazó a otro objeto sino que se retiró sobre el yo. Pero ahí no encontró un uso cualquiera sino que sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado.  La sombra del objeto cayó sobre el yo, quien, en lo sucesivo, pudo ser juzgado por una instancia particular, como un objeto, como el objeto abandonado” (Freud, 1917, p.246).  El yo, entonces, se identifica con el objeto perdido hasta llegar a perderse a sí mismo haciendo que la melancolía se convierta en la forma patológica del duelo. 

Siguiendo las observaciones de Otto Rank, Freud explica que la melancolía existe solamente sobre una elección de objeto narcisista para que la investidura de objeto, si se topa con dificultades, pueda regresar al narcicismo.  La identificación es el primer modo en el que el yo distingue a un objeto en una etapa previa a su elección.  En la melancolía es precisamente una identificación narcisista la que se convierte en el sustituto de la investidura de amor, por lo que se experimenta una regresión a la fase oral de la libido.

El placer narcisista de la melancolía se observa en el sadismo.  La satisfacción de tratar de dañar al objeto, dañándose a uno mismo representa el hecho que el sujeto nunca acepta realmente la pérdida.  Se trata a sí mismo como el objeto perdido pudiendo llegar, por lo tanto al suicidio: el yo solo puede pensar en destruirse si la investidura es presa de un retroceso hacia el sadismo y dirige contra si una hostilidad que, en principio es hacia el objeto.  Se vacía al yo hasta es empobrecimiento total. 

Un estado que presenta los síntomas opuestos es la manía. “…la manía no tiene un contenido diverso de la melancolía, y ambas afecciones pugnan con el mismo “complejo”, al que el yo probablemente sucumbe en la melancolía, mientras que en la manía lo ha dominado o lo ha hecho a un lado” (Freud 1917, p. 251).  Es decir,  el yo triunfa sobre la pérdida del objeto, pero esto le resulta desconocido. 

En esta descripción, sin embargo, Freud aclara que únicamente se ha considerado el punto de vista tópico, y se interroga, desde este momento por la función que podrán tener los distintos sistemas psíquicos en estas afecciones.  De esta forma, el pensamiento de Freud florece aún más y da lugar a la teoría estructural.

           
Finalmente llegamos a la revisión del tercer y último texto freudiano revisado en este ensayo.  Freud comienza “El yo y el ello” (Das Ich und das Es) con esta idea: “La representación de una organización coherente de los procesos anímicos en una persona la llamamos su yo” (Freud 1923, p. 18) del que depende la conciencia.  Es el gobernante de la motilidad aún en el sueño, en el que de igual forma, aplica una censura. 

De la misma forma, este yo parte el proceso represor, elemento esencial del psicoanálisis ya que gracias a este, el sujeto puede mantener inconscientes representaciones de pulsiones cuyo brote a la superficie (al sistema consciente) afectaría en gran medida su equilibrio y proceso de funcionamiento. Freud, nombró a la represión (Verdrängung),  como mecanismo principal y pilar de su teoría.  Así mismo representa la fuente del conflicto psíquico que tiene como base la formación de la estructura neurótica.

Por lo anterior, el sujeto comienza a fallar en sus asociaciones al acercarse al contenido reprimido en el análisis: se encuentra en resistencia sin saberlo.  Es aquí cuando Freud demuestra el descubrimiento de una parte inconsciente en el yo, la cual se comporta de igual forma que lo reprimido, ya que da a conocer situaciones sin estar al tanto de ellas, por lo que se necesita un trabajo analítico para lograr su acceso.

Después de hacer estas consideraciones, Freud hace un cambio trascendental de paradigma indicando que la neurosis, más que un conflicto entre lo consciente y lo inconsciente, refleja un conflicto entre el yo coherente y lo reprimido escindido de él.  Y así como todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo inconsciente es reprimido, también una parte del yo puede ser inconsciente, sin embargo, a diferencia del contenido preconsciente no está latente y ni resulta sencillo su devenir consciente.

Freud dice: “Mientras que el vínculo de la percepción externa con el yo es totalmente evidente, el de la percepción interna con el yo reclama una indagación especial.  Hace emerger otra vez la duda ¿estamos justificados en referir toda la conciencia a un único sistema superficial, el sistema P-Cc?” (Freud 1923, p. 23).

Tras este cuestionamiento, afirma que los procesos de pensamiento, así como sensaciones y sentimientos,  efectivamente, solo tienen la capacidad de devenir conscientes atreves de su pasaje por el sistema P (percepción), por lo que el yo se puede observar a partir de este, tratando así de tocar al Prcc apuntalado en los restos mnémicos.  Sin embargo no deja de ser inconsciente: lo reprimido es separado tajantemente del yo pero no del ello y a través de este último puede comunicarse con el yo.  No obstante, el yo trata de imponer el principio de realidad al principio de placer que rige en el ello.  En el yo, entonces el sistema P juega el mismo papel que la pulsión en el ello. El yo se presenta como razón y prudencia, en oposición al ello, en el que se encuentran las pasiones.

Leamos a Freud para su clarificación: “La importancia funcional del yo se expresa en el hecho de que normalmente le es asignado el gobierno sobre los accesos a la motilidad.  Así, con relación al ello, se parece al jinete que debe enfrenar la fuerza superior del caballo con la diferencia de que el jinete lo intenta con sus propias fuerzas mientras que el yo lo hace con fuerzas prestadas.  Este símil se extiende un poco más.  Así como al jinete, si quiere permanecer sobre el caballo, a menudo no le queda otro remedio que conducirlo donde este quiere ir, también el yo suele trasponer en acción la voluntad del ello como si fuera la suya propia” (Freud 1923, p. 27).

El yo, por lo tanto emerge de sensaciones corporales que parten de la superficie del cuerpo fundamentalmente, por lo que el yo consciente es básicamente un yo cuerpo.

Al hablar, en “Duelo y melancolía”, de un objeto perdido vuelto a erigir en el yo, no se conocía aún lo frecuente que resulta este proceso, por lo que ahora Freud afirma que esta identificación que sustituye la investidura de objeto, resulta precisamente gran parte de la conformación del yo desembocando en la formación del carácter.  Al asumir el yo, estos rasgos del objeto, se impone él mismo, entonces, como objeto de amor.  El cambio de libido de objeto en libido narcisista lleva a la resignación de las metas sexuales, sin embargo, ahora que ya existe una separación teórica entre el yo y el ello, es importante remarcar que es en el ello en donde se encuentra este gran reservorio de libido, idea referida  antes, en “Introducción al narcisismo”, al hablar de una originaria investidura libidinal del yo, cedida después a los objetos.

Ahora, las primeras identificaciones, las de la fase omnipotente, resultan las más duraderas,  sobre todo la identificación con los progenitores de la que brota el llamado ideal del yo, en esta época, sinónimo del súper yo.  La ambivalencia del niño (hombre) hacia la figura del padre, y el deseo expresado con ternura hacia la madre son los componentes del Complejo de Edipo simple, sin embargo el más completo, propone no solo una ambivalencia hacia el padre sino también hacia la madre.  Esta postura parecida a la de la niña, en el niño, llevan a Freud a pensar la existencia del complejo de Edipo completo en la estructura neurótica.

Como consecuencia de lo anterior, el yo adquiere una de estas dos identificaciones colocándose forzosamente en un lugar que se contrapone con el otro contenido del yo, deviniendo ahora, como súper yo, heredero del complejo de Edipo.  Entonces, “Mientras que el yo es esencialmente representante del mundo exterior, de la realidad, el súper yo se le enfrenta como abogado del mundo interior, del ello” (Freud 1923, p.  37).  El origen del super yo aporta ahora la comprensión de que los conflictos anteriores al yo, con las investiduras de objeto del ello, puedan seguir su camino desembocando en conflictos con el súper yo.

La importancia de la pulsión (Trieb), en la teoría de Freud, consiste en el empuje al que se extiende el aparato psíquico para llegar a un fin.  Ésta, provocada siempre por un estado de tensión, busca satisfacerse con un fin determinado que puede modificarse cambiando también de objeto.  A este proceso se le llama sublimación, producida regularmente por la mediación del yo, la cual consiste en cambiar la forma de descarga de la pulsión, desplazándola en actividades intelectuales o socialmente valorizadas.  Así mismo, la pulsión también tiene diversas fuentes excitables, desprendiéndose así la teoría de los estadíos: la organización de la libido en diferentes zonas del cuerpo (oral, anal, fálica y genital).

Es preciso, así mismo, diferenciar los dos tipos de pulsiones: las pulsiones sexuales o Eros, inclinado a la reunión, la creación, la síntesis y tendiente hacia el objeto en el orden sexual, y la pulsión de muerte que reconduce al ser vivo a un estado tendiente a la inercia.  Sin embargo, después de la revisión de las identificaciones del yo, apropiándose de las investiduras de objeto del ello y poniéndose como objeto de amor, se observa que se trabaja en dirección contraria a los propósitos de Eros, mas allá del principio de placer, poniéndose, por lo tanto, al servicio de las pulsiones contrarias.

Como consecuencia, Freud  propone ampliar su concepción del narcisismo:  Al encontrarse el yo aún en proceso de formación, la libido es acumulada en el ello.  Este último inviste objetos, mismos que el yo intenta dominar ya que se encuentra fortalecido y así proponerse al ello como objeto de amor.  “Por lo tanto, el narcisismo del yo es un narcisismo secundario, sustraído de los objetos.” (Freud 1923, p. 47). 

Freud, por todo lo anterior, continúa con una clasificación dualista de las pulsiones y afirma el carácter silencioso de la pulsión de muerte, que como ejemplo se encuentra la compulsión de repetición (Wiederholung).

El súper yo, constituido por un lado, como heredero del complejo de Edipo y por el otro, por la identificación inicial, se impone al yo, por lo que éste último emprende el proceso represivo al servicio del súper yo.  Así, el yo consigue mantener alejado de él el material que refiere un sentimiento de culpa.

Dice Freud: “El ello es totalmente amoral, el yo se empeña por ser moral, y el súper yo puede ser hipermoral y entonces volverse tan cruel como únicamente puede serlo el ello” (Freud 1923, p. 55).”  Así, concluye que el ser humano, mientras menos deje salir su agresión, más se inclinará su ideal a agredir su yo, por lo tanto volviendo a su descripción de la melancolía, argumenta ahora que ese yo identificado, sufrirá, por parte del súper yo, un castigo por medio de la agresión. 

Después de este gran recorrido psíquico, Freud comienza a aclarar el terreno de yo y sus funciones, sometiendo al examen de realidad las percepciones, mientras gobierna los accesos a la motilidad.  Así, se enriquece con todas las experiencias que provienen del exterior pero al mismo tiempo, procura someter al ello.  Por lo que, al yo lo amenazan tres peligros: el mundo exterior, el ello y el súper yo.  Su objetivo será siempre hacer que el mundo externo, cumpla con el deseo del ello, y con esta afirmación, expone que el psicoanálisis está destinado a que el yo, gradualmente, llegue a conquistar el terreno del ello. 


Conclusión

La concepción del yo de 1914, con una visión del yo como objeto libidinal es la responsable de producir todo un cambio de lugar del yo, teniendo como consecuencia que en 1923 sea concebido como agencia de auto conservación y creador los mecanismos de defensa, volviéndose en ocasiones, adulador o mentiroso según la situación en la que se encuentre, desarrollando también el reflejo de huida y emitiendo angustia por la misma causa. 

Es, así mismo, en el modelo patológico de “Duelo y Melancolía” que no se permite pensar la tipicidad de aquel modelo de identificación como una de las bases de la conformación del yo, y que, posteriormente en “El yo y el ello”, resitúa esta línea incluyendo un modelo que piensa al yo desde el ello.

El Yo, por todo lo anterior, en la segunda tópica, es un yo que vela por los intereses de la totalidad del sujeto, siempre esforzándose por atender exigencias contradictorias del sujeto, es un yo intermediario. Es, ahora, una de tres instancias de ésta segunda tópica que junto al ello y súper yo, conforma el psiquismo humano, que se caracteriza por un dualismo pulsional y que opone las pulsiones de vida a las pulsiones de muerte.


















Bibliografía

-   Freud, S. Obras Completas.   (1914 – 1916).   Introducción al Narcisismo. Tomo XIV. Argentina.  Amorrortu.
-                                             (1914 – 1916).  Duelo y Melancolía.  Tomo XIV. Argentina. Amorrortu.
-                                      (1923 – 1925).  El Yo y el Ello. Tomo XIX. Argentina.  Amorrortu.

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