viernes, 24 de junio de 2011

Culto a la muerte: Sexo, drogas y rock & roll.

Autor: Gabriela Mustri ( Trabajo escrito en Junio de 1996*)
Psicoanalista
gamustri@prodigy.net.mx


* Este trabajo lo escribí cuando cursaba la maestría en psicoterapia, hace ya algunos ayeres. Si bien reconozco que frente a la idea de publicarlo tanto tiempo después, surgió en mi la tentación de reformular y depurar ciertos planteamientos teóricos, al final me decidí por dejar el escrito como originalmente nació de mi mente.



"Todos estamos resignados a la muerte: Es a la vida a lo que no estamos resignados” (Graham Greene)

El furor hippie, la era del desafío de una juventud ardiente de cambio que reta al establishment y busca un sitio propio, un mundo de amor y paz, cuando las revueltas políticas y la guerra de Vietnam bombardeaban los años 60’s. Surgieron ideales propios y lemas distintivos que marcan esta época como la revolución social de los jóvenes. Los excesos, los retos y la manifestación pacifista en busca de un contacto con lo espiritual y lo genuino del ser humano. Las drogas combinadas con el sexo y el estruendo del Rock & Roll constituyeron recursos para dar sentido a una existencia confusa.
Este escenario histórico se plantea como terreno fértil para el surgimiento de ídolos, seres que rigen los valores culturales desde el único lenguaje común en medio de todo el caos: la música. Muchos dioses ascienden a la cúspide y con su música implantan un estilo de vida. Janis Joplin, es una de las intérpretes femeninas que marcan ésta época.
Tres décadas después, unas guerras sustituyen a otras, el muro de Berlín cae y con él toda una ideología, el consumismo y la tecnología reinan, los valores y designios sociales se replantean. La juventud perpleja frente a los rápidos cambios se transforma, evoluciona de la nostálgica hermandad hippie a la soledad y el individualismo de la generación X. X, es el signo de la indefinición y el vacío, los estándares son laxos, la juventud sigue confundida pero ahora la protesta es frente a la intolerable condición humana.
Las drogas también evolucionan, de la marihuana, el LSD y los hongos de los 60’s al crack, el éxtasi y la heroína en los 90’s. Pero en ambas épocas se mantiene la fidelidad a las bondades del alcohol. Drogas más potentes y efectivas para dar “alivio” temporal a las agonías existenciales, que adormecen los afectos dolorosos y dan una entrada ilusoria al mundo del placer.
Los ritmos sonoros evolucionan del Rock, al Punk, al Pop y al Grunge. Pero no dejan de ser el lenguaje que mejor permite expresar las condiciones prevalentes. La banda de rock Nirvana, entre otras, representa el clamor de los 90’d y su vocalista Kurt Cobain el llamado “poeta Grunge” constituyen “la voz de una generación sin voz”.
Joplin y Cobain, ídolos casi dioses de dos épocas distintas. Pero, ¿Qué hay detrás del mito?
Janis nace en 1943 en Port Arthur, Texas. Se conoce poco sobre su infancia. En tanto que es sabido que su adolescencia fue tormentosa. Janis era una chica poco agraciada físicamente, con sobrepeso y acné que la llevaron a recluirse, pasando la mayor parte de su tiempo leyendo y pintando, abrumada por una sensación de soledad.
Kurt nace en 1967 en Aberdeen, Washington. Hijo del matrimonio mal avenido de un modesto mecánico y una ama de casa, se enfrenta al divorcio de sus padres a los ocho años. Era un  niño frágil y enfermizo siempre aquejado por recurrentes malestares estomacales. En la escuela se sentía ajeno y alienado de su círculo social, era un chico reservado, inmerso en su mundo, se relajaba pintando y fantaseando con salir algún día de su pueblo natal. Su aspecto afeminado y el no encajar con los intereses de los chicos de su pueblo lo hicieron el blanco de continuas burlas.
Comienza a usar drogas para mitigar su desesperanza y deja la escuela, su padre lo persuade para ingresar a la marina, al poco tiempo deserta. Esto le valió un disgusto con su padre, con quien deja de hablarse por ocho años. En palabras de Kurt: “para mis padres yo estaba desperdiciando mi vida, para mí, yo estaba luchando por ella”.
Ambos fueron chicos rechazados, hostigados e infelices. Pero más adelante encontrarían en la música una fuerza redentora, que daría luz y sentido a su vida. Su pasión por la música hace más tolerable su contacto con la realidad. De acuerdo a Eissler (1962) las actividades artísticas constituyen estrategias autoplásticas y aloplásticas que permiten manejar la realidad; autolásticas en tanto que como un sueño o un síntoma, buscan la solución de conflictos internos y la realización de deseos. Y, aloplásticas en el sentido de modificar la realidad a través de la innovación. (Kohut, 1950).
Winnicott (1971) plantea que el impulso creador corresponde a la condición de estar y de sentirse vivo. Las experiencias creativas constituyen un espacio transicional, una zona intermedia entre la experiencia subjetiva y la realidad externa, es el reino de la ilusión, que da lugar a la capacidad de jugar que implica dar un contenido ilusorio a algo real. Es el despliegue del self verdadero y por lo tanto de la salud psicológica.
Ambos toman su guitarra y emprenden la búsqueda de un nuevo horizonte que les permita escapar de su sufrimiento. Janis comienza a cantar música country acompañándose con una armónica, más adelante adopta un estilo propio, juega con los blues en los que proyecta su desesperada necesidad de expresarse.
Kurt se aferra a su guitarra y compone e interpreta canciones provocadoras y polémicas con fuertes contenidos perversos y agresivos, usando un lenguaje vulgar y cotidiano. Ambos dejan su pueblo natal y recorren el anhelado mundo de sus fantasías de adolecentes desolados e inconformes, prueban fortuna y se arriesgan a la aventura.
En éste viaje que cada uno emprende por la vida, además de la magia de su música llevan consigo el consuelo encontrado en las drogas y el alcohol desde los años de su adolescencia.
Si bien Freud no dedica ningún trabajo al problema de las drogas o el alcohol, a lo largo de sus escritos pueden encontrarse numerosas referencias al respecto. Plantea el problema de las adicciones como resultado de fuertes fijaciones orales, la sustancia representa para el individuo el objeto ideal, lo que genera una importante vinculación con la misma. La adicción primaria es la masturbación, las demás adicciones serían sustitutos de ésta. (Coderch, 1975)

Radó (1933) da importancia a los aspectos narcisistas en relación a las conductas adictivas. 
Desde ésta óptica asocia una deficiente tolerancia a la frustración y al dolor psíquico que se busca mitigar a partir del efecto analgésico y productor de placer de las drogas, tal dolor es sustituido por un estado eufórico que permite al yo recuperar su estado original narcisista. Es así como el individuo bajo los efectos de la droga adquiere un sentimiento de omnipotencia y grandiosidad, temporalmente escapa de sus tormentos y se asume como ser supremo, inmortal y e invencible. (Coderch, 1975)

Merloo (1952) considera la existencia de tres mecanismos mentales comunes a todas las formas de adicción: impulso a las experiencias de éxtasis, impulsos autodestructivos inconscientes y necesidad de gratificación oral. Durante el estado de adicción el individuo experimenta un estado de nirvana, la unión con el pecho materno. (Coderch, 1975)
La euforia de un coctel de drogas, alcohol y Rock & Roll dan tanto a Janis como a Kurt un recurso para escapar temporalmente de su agonía interna, constituyen defensas maníacas que hacen más manejable lo inmanejable de sus ansiedades depresivas en relación a la fantasía de haber dañado a sus objetos internos a consecuencia de sus impulsos agresivos, permiten controlar experiencias internas de duelo, nostalgia y culpa. (Segal)

De acuerdo a Rosenfeld (1965) bajo el dominio de las defensas maníacas, en relación a las drogas, se logra disociar y negar las partes malas y agresivas del self y anular así las ansiedades persecutorias, ya que con la droga se incorpora al objeto ideal que refuerza la omnipotencia y lo rescata de su propia agresión. En el caso de los adictos existe una fijación a la posición esquizoparanoide, aún cuando se ha alcanzado parcialmente la posición depresiva. (Coderch, 1975)

Sin embargo, el alivio es parcial y temporal, ninguno de los dos logra escapar de la honda tristeza que los acompaña, de los monstruos internos que continuamente los hostigan.
Janis en el escenario, drogada y absorta en la grandiosidad que le otorga la mirada de las multitudes, canta con profunda aflicción:

“…What good can drinkin’ do?
Lord, I drink all night,
But the next day I still feel blue.
…Well, there’s a glass on the table,
They say it’s gonna ease my pain.
Oh, I drink it down,
But the next day I still feel the same”

“… ¿Qué bien puede hacer el beber?
Señor, bebo toda la noche,
Pero al día siguiente me sigo sintiendo triste.
…Bien, hay un caso sobre la mesa,
Dicen que suavizará mi dolor.
Oh, me lo bebo,
Pero al día siguiente me sigo sintiendo igual”.

Paz (1976) encuentra que el uso de drogas constituye un recurso para crear una identidad, para llenar un vacío y escapar de la insoportable sensación de “no ser”, de carecer de objetos gratificantes. A través de la droga se obtiene una grandiosidad lábil, identificaciones prestadas a través de las cuales se busca ilusoriamente compensar un frágil sentido de identidad. De allí que se construye la fantasía de “tener y poder todo”. Alivio temporal porque irremediablemente el efecto artificial de la droga se acaba, dando espacio a un vacío aún mayor, la frustrante realidad se vuelve a imponer y el dolor es aún más intenso.

Sin la droga no hay freno al dolor, no hay lo que bloquee la decepción, el odio y la furia que, de acuerdo con Rascovsky (1988), matiza el vínculo con la realidad externa cuando las sustancias tóxicas constituyen un desesperado recurso para seguir aferrándose a la vida. También en ausencia de la droga es imposible rehuir a las experiencias de futilidad, de desplomarse internamente, el enfrentamiento con los huecos psíquicos se hace inevitable y eso sólo lo cura otra dosis.

Janis y Kurt, en su desdicha se hacen oír, su atormentada voz hace eco en el corazón de las multitudes. En 1967, Janis es la diosa del festival pop de Monterey, California, en el denominado “verano del amor”. En  1969, en el festival de Woodstock lleva a una audiencia de 400,000 personas a compartir una experiencia sublime en la que se pide “amor y paz”.
Kurt, junto con su banda Nirvana en 1991 logra vender un millón de copias de su álbum Nevermind en seis semanas, lo que constituye un récord de ventas y confirma un éxito rotundo.
Winnicott (1965) hace alusión a la función de espejo que conceptualiza como la mirada de la madre que le devuelve al niño lo que ésta ve en él, lo que le proporciona una continuidad existencial misma que consiste en la sensación de ser y de existir: “cuando miro se me ve y por lo tanto existo”. Janis y Kurt obtienen ésta continuidad existencial en el clamor de sus fieles seguidores quienes les devuelven el reflejo de una imagen grandiosa de ellos mismos que los hace sentirse vivos.

Janis expresa “en el escenario le hago el amor a 25,000 personas y después me voy a casa sola”. Su grandiosidad es perene y débil, Janis se derrumba y fuera del escenario, deja de ser la diosa y se encuentra con la frágil mujer cuya soledad la martiriza.
En tanto que Kurt comparte con la multitud su nihilismo y a través de sus cantos desesperados proyecta su propia indefensión, su lastimosa inferioridad. Pero en la comunión con su público todo esto es más tolerable.

“Take a step outside yourself
And turn around
Take a look at who you are
It’s pretty scary
So silly
Revolting
You’re not much
You can’t do anything”

“Da un paso fuera de ti mismo
Y voltea
Echa un vistazo a quien eres
Da miedo
Tan tonto
Nauseabundo
No eres mucho
No puedes hacer nada”

En ambos resalta la necesidad ávida de un espejo donde proyectar una imagen exaltada y engrandecida de sí mismos por el anhelo de objetos que nutran a su self a través de respuestas de admiración y reconocimiento. Así se exhiben, provocan y escandalizan, buscan llamar la atención a como dé lugar  tratando de contrarrestar su sensación interna de falta de valía y de autoestima. Lo que representaría en términos de Kohut (1979) la presencia de fallas en el self nuclear bipolar ante la insatisfacción de necesidades especulares en la infancia, consolidándose como “personalidades hambrientas de espejo”.

Como figuras míticas, Janis es la diosa masculina y Kurt el símbolo de la indefinición sexual. Janis revoluciona el estereotipo femenino, a pesar de ser una mujer poco atractiva encuentra el camino para reflejar una sensualidad única, un magnetismo sexual que nada tenía que ver con la belleza. Su sexualidad es promiscua, retadora y cuestionadora de los principios prevalentes en su era. Sus metáforas predilectas: “cantar como coger” y “coger como liberación”.

Kurt expresa: “soy heterosexual… gran cosa. Pero si fuera homosexual eso tampoco importaría”. En sus canciones incluye referencia a favor de la homosexualidad, incluso se atreve a blasfemar en una de ellas que “Dios es gay”. No teme reconocer abiertamente sus tendencias homosexuales e imprime un sello perverso y violento a la sexualidad. En tono lastimoso canta:

“Rape me, my friend
Rape me, again
… Hate me,
Do it and do it again”

“Viólame, mi amigo
Viólame otra vez.
… Ódiame
Hazlo una y otra vez”

Abraham (1959) reconoce el papel que las sustancias adictivas ejercen sobre la conducta sexual, estas anulan las inhibiciones y relajan las represiones excitando los componentes pre genitales de la sexualidad. (Coderch, 1975)

Sobre la misma línea, Rascovsky (1988) señala que la droga transforma situaciones básicamente angustiantes en una estrategia sexual, de modo que vehiculiza lo pulsional procurando así un placer narcisista en el que se anulo lo angustioso y se busca escapar de la carencia, la amenaza y la restricción. Se sobre inviste la voluptuosidad del placer erógeno y el objeto pasa a un segundo plano, de tal forma el encuentro es efímero y superficial.
De tal manera bajo los efectos de la droga se favorece la expresión de una sexualidad perversa con fuertes componentes sádicos. En la era de Janis así como en la de Kurt, el deseo y la violencia juegan entrelazadas en una orgía hedonista, en la que las drogas y el alcohol intensifican las experiencias. Como si fuera una lucha desesperada por buscar experiencias que aportaran la sensación de estar vivo.

Pocos años de éxito, pero muchos de agonía. Ambos encuentran en la muerte lo que no encontraron en la vida: una solución definitiva para mitigar el sufrimiento. Se terminan las esperanzas y activamente renuncian a la vida. El final trágico de una vida trágica.
En 1970, Janis decide dormir para siempre, estando en un cuarto de hotel de Los Ángeles, prepara la pócima mágica: una sobredosis de heroína y alcohol.
Se dice que Kurt veneraba a la muerte como su musa inspiradora, por se encuentra con ella en 1994 al oprimir el gatillo de una escopeta, en la soledad de su casa en Seattle.
Al igual que otras figuras legendarias del Rock como Jimi Hendrix y Jim Morrison, Janis y Kurt deciden suicidarse a la edad de 27 años. ¿Será simple coincidencia o designio inconsciente?

Fenichel (1957) visualiza el suicidio como una tentativa del yo por aplacar al superyó sádico y punitivo a partir de la sumisión. Para Klein (1964) el suicidio tiene la finalidad de salvar a los objetos buenos y a la parte del yo identificada con ellos a partir de la destrucción de los objetos malos, de la parte del yo identificada con dichos objeto y del Ello.

Grinberg (1983) asocia el suicidio con las ansiedades persecutorias que llevan a aniquilar los objetos internos de naturaleza persecutoria. Janis y Kurt sacrifican su yo para purificarlo y redimirlo así de las culpas inconscientes, librándolo de sus objetos malos, los monstruos internos que los acechaban.


Desde otra perspectiva, Winnicott (1960,1963) visualiza el suicidio como una última tentativa, la última esperanza en la batalla, en la que se destruye el self total a fin de evitar el aniquilamiento de lo más preciado que es el self verdadero. El falso self ha sido el dueño de la situación sin lograr que el self verdadero sea el que se imponga, de manera que su vida ante sus propios ojos ha sido una farsa, una ficción de la realidad, una existencia fútil y carente de sentido. Por eso aún cuando la muerte no se había consumado, era un hecho que psíquicamente ya había ocurrido.

En una lucha desesperada por encontrar una solución ya fuera en la vida o en la muerte, Janis aúlla desplomándose:

“… Lord, I ain’t  got no reason to livin’
You give me no cause to die.
Lord, I ain’t got no reason for stay here
Give me no cause to try…

“…Señor, no tengo razón para vivir
No me das motivo para morir.
Señor, no tengo razón para seguir aquí.
No me des motivo para tratar.”

Joplin y Cobain, de sus vidas hicieron un culto a la muerte pero paradójicamente al morir se aferraron más a la vida, consolidaron así su leyenda. Porque el eco de sus voces aún se escucha como testimonio de las pasiones de una época, de sus muertes hicieron un culto a la vida.

Bibliografía:
Libros y revisas:
  • Coderch, J. (1991) Psiquiatría dinámica. Barcelona: Herder.
  • Fenichel, O. (1991) Teoría psicoanalítica de las neurosis. México: Paidós.
  • Kohut, H. (1979) Los trastornos del self y su tratamiento. Psicoanálisis. Vol 1, N° 2, APdeBA, Buenos Aires.
  • Kohut, H. (1950:1978) Forms and transformations of narcissism. En: The search for the self. Selected writings of Heinz Kohut. Univ. Press.
  • Paz, J. (1976) Drogadicción: Identidad y melancolía. Cuadernos de psicoanálisis. Vol. 9 No. 2 y 3 (Julio-Diciembre) pp. 155-163.
  • Rascovsky, A. (1988) Acerca de la drogadicción: Una perspectiva psicoanalítica. Rev. De psicoanálisis. Vol. XLV N. 3 (Mayo- Junio)
  • Segal, H. (1991) Introducción a la obra de Melanie Klein. México: Paidós.
  • Winnicott, D.W. (1960) Deformación del ego en términos de un self verdadero y falso. En: “el proceso de maduración en el niño: Estudios para una teoría del desarrollo emocional”. Barcelona: Ed. Laia, 1963.
  • Winnicott, D.W. (1963) Fear of breakdown. International review of Psychoanalysis, 1974.
  • Winnicott, D.W. (1971) “Realidad y Juego” Barcelona: Gedisa editorial.
Transcripciones del WWW (World wide web) internet:
  • Kurt Cobain’s suicide note, with interjections by Courtney Love
  • Kurt Cobain: When rock becomes religion, our gods are rendered mortal by Charles Aaron (SPIN, December 1994).
  • The poet of alienation by Jeff Giles. (Newsweek April 18,1994)
  • Nirvana’s Kurt Cobain swaps alienation for optimism by Robert Hilburn. (Los Angeles times, September 19,1993)
  • Janis Joplin: A brief biography by Lauren Leahy (Janis Joplin home page)
Booklet del album de Janis Joplin.

                                  
 

miércoles, 8 de junio de 2011

La última noche de Freud en Viena

Autor: Alexis Schreck Schuler
alesch@prodigy.net.mx

Alexis Schreck Schuler es  psicoanalista y doctora en psicoterapia  por la Asociación Psicoanalítica Mexicana, autora de numerosas publicaciones, docente y coordinadora del Doctorado en Psicoterapia en el Centro de Estudios de Posgrado de la Asociación Psicoanalítica Mexicana.  Atiende adolescentes y adultos en psicoterapia y psicoanálisis.


Trabajo Publicado  en Vida y milagros de... México: Editorial Lectorum, 2008 y Revista Algarabía, enero-febrero 2005, num. 17, año VIII www.sentidocomun.com.mx/articulo_algarabia.phtml?id_contrib=71 


La noche del 3 de junio de 1938 Sigmund Freud contemplaba por última vez el espacio que había sido su consultorio a lo largo de 46 años, en el número 19 de la calle Berggasse en la capital de Austria —recién anexada a la Alemania Nazi.
Sigismund —se cambió el nombre a Sigmund en 1881— Schlomo Freud había llegado a Viena en 1860 con su familia a los cuatro años, proveniente de un pequeño pueblo de la provincia de Moravia llamado Freiberg,[1] donde nació el 6 de mayo de 1856. Era el primogénito del comerciante de lanas judío Jacob Freud, casado en terceras nupcias con la joven Amalia Nathansohn. Le siguieron cinco hermanas y un hermano, además de los dos hermanos mayores que eran fruto del primer matrimonio de su padre.
En Viena, el pequeño Sigismund cursó sus estudios primarios y secundarios, con un interés muy precoz por las historias bíblicas y la condición humana. Por otro lado, se vio atraído por la doctrina de Charles Darwin sobre el origen y la evolución de las especies que permeaba todo el continente, pues «prometía un extraordinario avance en la comprensión del universo».[2] Sin embargo, fue la lectura de un ensayo de Goethe sobre la naturaleza lo que le estimuló a convertirse en estudiante de medicina en 1873.[3] ¿Quién hubiera pensado que 57 años después Freud ganaría el Premio Goethe de literatura por su célebre obra La interpretación de los sueños?[4]
Con un gran pesar, el doctor Freud se fumaba el octavo y último puro del día, sentado tras su escritorio, con los pies reclinados sobre un taburete. Sus estatuillas y demás antigüedades griegas, romanas y egipcias ya se encontraban envueltas y empacadas en grandes cajas de madera y de cartón. Él no lo sabía, pero Marie Bonaparte, la princesa consorte de Grecia, ya se había llevado algunas cosas a hurtadillas, incluyendo una parte importante de sus manuscritos. En esta labor de «contrabando» también habían participado Anton Toszeghi, doctor de la familia, y Paula Fichtl, la leal sirvienta. Todo regresaría a manos de Herr Professor una vez en Londres, con excepción de una valiosísima colección de encendedores que sus pacientes le habían regalado a lo largo de los años y cuyo paradero sigue siendo un misterio. Ahora sólo permanecía su diván, aún cubierto con un gran tapete persa viejo y gastado. Las paredes desnudas mostraban sin pudor los espacios donde habían estado los dibujos a pluma de Wilhelm Busch y el cuadro que mostraba a su maestro Jean-Martin Charcot, dando una lección magistral sobre neurología.
En 1885, con 29 años de edad, Freud había dejado su práctica como neuropatólogo en el Hospital General de Viena —el más importante de la ciudad— para asistir al prestigioso seminario del doctor Charcot en el hospital de la Salpétrière en París, donde se vio impresionado por los efectos espectaculares de la hipnosis en el tratamiento de los fenómenos histéricos. Sería esta experiencia la que lo conduciría hacia el descubrimiento del inconsciente unos años después.
Se escuchó un leve toque en la puerta del consultorio. Probablemente era su esposa Martha que lo llamaba a cenar. Pensó que la mesa del comedor estaría más sola que nunca, pues en la casa sólo permanecían ellos dos, su hija Anna (1895-1982) y Paula, la empleada doméstica. Su cuñada Minna y sus otros hijos ya habían abandonado el país. Temía esta cena como nunca antes, porque se sentía embargado por una profunda desolación, una nostalgia reflejada por la habitación en la que se encontraba.
Sigmund llevaba 52 años casado con Martha Bernays (1861-1951), una mujer bondadosa y humana de Hamburgo, con un permanente autodominio y sentido del orden. A pesar de lo amoroso que su marido fue con ella en las más de 900 cartas que le escribió estando separados durante el noviazgo, el matrimonio la había relegado a ser una figura secundaria que giraba en torno a las comodidades que Herr Doktor Freud necesitaba para escribir y dar consulta sin ser molestado por las nimiedades relativas al hogar.
A la vez que esperaba sumisión y entrega total por parte de su esposa, él se veía atraído por mujeres inteligentes, independientes y resolutas, que rompían con los paradigmas femeninos de la época. De hecho, varias de sus pacientes, que cumplían con esas características, fueron figuras fundamentales en la generación del psicoanálisis. Pero también hubo otras mujeres que se convirtieron en queridas amigas e interlocutoras durante sus pesquisas psicoanalíticas: Lou Andreas Salomé, que en su juventud había sido amiga de Nietzsche, le divulgaba las ideas del filósofo ya fallecido; y la princesa Marie Bonaparte, también discípula brillante, quien lo ayudó a dejar Viena y así, escapar del destino de sus cuatro hermanas, que habrían de ser asesinadas en los campos de exterminio nazis en 1942.
Día a día lo rodeaban dos mujeres más, que, junto con Martha, atendían cada una de sus necesidades: una era su cuñada Minna, quien se rumora fue su amante o al menos «amiga íntima»; y la otra era Anna, su hija más pequeña, que fue psicoanalizada y formada como psicoanalista por su padre y que después se convirtió en una destacada investigadora del psicoanálisis de niños, por mérito propio.
Anna estaría esperando a su padre en la habitación de al lado para hacerle las curaciones que requería el terrible cáncer que había afectado su mandíbula desde hacía quince años —provocado por la forma empedernida en la que fumó puros hasta su muerte, ¡casi 20 al día!— y por el que había tenido que someterse a más de 30 intervenciones quirúrgicas. Le había sido colocada una prótesis, que su hija le acomodaba cuando el dolor era insoportable, pero que le dificultaba comer y hablar. Sería ella quien, un año más tarde, cumpliría la petición de su padre —agobiado por dolores insoportables— para ayudarle a adelantar su muerte.
El anciano Sigmund se sintió retenido por la habitación que había sido su consultorio. No se podía mover, ni siquiera contestar los llamados de Martha a cenar. La habitación daba entonces una impresión de vacuidad, lúgubre y obscura. ¿Cuántas palabras se habrán alojado en sus esquinas?, ¿cuántos pensamientos?
Para la «ideología» nazi, las «degeneradas» teorías de Freud —que además era judío— eran las más aborrecibles y abominables, por lo que sus obras fueron las primeras en lanzarse a las hogueras, seguidas por los libros de Zweig, Remarque, Kafka, Einstein, Mann y muchos otros más. Anna había sido detenida e interrogada por la policía semanas atrás, su piso había sido registrado en dos ocasiones y el mismo doctor fue arrestado. Se le concedió un permiso de inmigración, por el que tuvo que pagar una gran suma de dinero, aceptar la confiscación de sus propiedades y firmar una carta en la que debía declarar que lo habían tratado bien. Él, valientemente, se atrevió a escribir: «A quien corresponda: yo, Sigmund Freud, recomiendo encarecidamente a la Gestapo a todo el mundo.»
En 1886, tras haber contraído matrimonio con Martha y regresado de París a Viena, Freud renunció al trabajo académico para ganarse la vida como médico particular y como director del servicio de neurología de la clínica de niños enfermos. Aun así, continuó sus investigaciones sobre las causas psíquicas de la histeria en estrecha colaboración con su amigo Joseph Breuer (1842-1925), que dio como resultado sus primeros escritos psicoanalíticos.[5] 
Los fundamentos de la nueva disciplina del psicoanálisis se consolidan en La interpretación de los sueños, obra de fin de siglo que afirma la realidad del «complejo de Edipo» y el funcionamiento de los procesos inconscientes. El psicoanálisis designa desde ese momento tres ejes fundamentales: un método terapéutico de tratamiento de las neurosis, un procedimiento de investigación de los procesos psíquicos y una teoría científica de los procesos psíquicos inconscientes.
A principios de siglo las investigaciones de Sigmund Freud ya permeaban el pensamiento científico. En 1902 Freud reunió en su casa a algunos médicos para discutir las obras en las que había estado trabajando, con lo que nació la primera sociedad de psicoanálisis, el «Círculo vienés», que se había extendido por toda Europa para 1910. Sin embargo, en los años posteriores resultan inminentes las rupturas subsecuentes con dos de sus más allegados colaboradores: Alfred Adler (1870-1937) y Carl Jung (1875-1961). Esta última disidencia está relacionada con el valor que Freud daba al estátus científico de sus propios estudios, pues él siempre se atrincheró en las ciencias de la naturaleza para desde ahí tratar de explicar lo humano. No fue un filósofo ni un místico, sino un investigador que coqueteó descaradamente con la ciencia y con la esencia misma del ser humano, y pretendió desenmascarar lo más terrible en él.
No cabe duda de que los efectos de la obra freudiana en el saber acerca del hombre entrañan una revolución que implica la tercera herida fundamental al narcisismo de la humanidad: después de que Copérnico puso fin a la ilusión cosmológica y Darwin a la ilusión biológica, Freud declinó la idea de la conciencia como determinante de la conducta humana, revelando los disfraces de sus pulsiones inconscientes y cuestionando con esto la unidad del ser humano en relación a su saber y a su verdad... ¡El hombre no era dueño de su casa, sino sólo un sujeto determinado por el devenir inconsciente de las pasiones infantiles más primitivas!
Sigmund Freud apagó su puro y se incorporó. Con paso cansado y derrotado, caminó hacia la puerta, desgarrado por la incredulidad que le generaba la maldad humana encarnada en el régimen nazi. No volvería jamás a Austria. Moriría un año después de su exilio forzado en Londres a los 83 años, el 23 de septiembre de 1939. El doctor Freud abrió la puerta de su consultorio, echó un ultimo vistazo casi de reojo y la cerró a sus espaldas.


[1] En ese entonces, parte del Imperio Austro-Húngaro. Hoy en día es Pribor, República Checa.
[2] Sigmund Freud,, «Presentación autobiográfica», Obras Completas xx, Buenos Aires: Amorrotu, 1986.
[3] Según Pestalozzi, el verdadero autor de dicho ensayo titulado «Die Natur» fue el suizo G. C. Tobler, pero fue incluido por el mismo Goethe entre sus obras por error.
[4] "Die Traumdeutung"(1900).
[5] v. Algarabía 12, marzo-abril 2004, Ideas: «El nacimiento del psicoanálisis». pp. 64-69.
 

lunes, 6 de junio de 2011

Aspectos metapsicológicos de la enfermedad... del dolor psíquico

Liliana Tena Valades
Psicoterapeuta Psicoanalítica
lilitena@gmail.com


“Aunque sabemos que luego de tal pérdida el estado de duelo se mitiga, también sabemos que seguiremos inconsolables y jamás encontraremos un sustituto. No importa qué pueda llenar el vacío, aun cuando se llene por completo, siempre es algo distinto. Y en realidad, así debe de ser. Es la única manera de perpetuar ese amor al que no queremos renunciar”.
Sigmund Freud

Me surge la pregunta al respecto de todo aquello “no obvio” que ocurre en el desarrollo psíquico de las personas y que orienta a ciertas desviaciones en su equilibrio emocional, tales como las neurosis, las psicosis, las perversiones, etc.

En este trabajo he procurado acceder a una serie de dudas, explicaciones y reflexiones que intentaré poner de manifiesto, fundamentando mi perspectiva bajo la teoría psicoanalítica y haciendo un intento muy arriesgado por explicar algunos aspectos metapsicologicos de la enfermedad… del dolor psíquico.

Entiendo el dolor psíquico como aquel que inunda de angustia al aparato mental, y aunque podríamos hablar y pensar de diferentes situaciones que en general provocan esta inundación, Freud enfatiza en su artículo “sobre los tipos de contracción de las neurosis” (1912), que “el individuo permaneció sano mientras su requerimiento amoroso era satisfecho por un objeto real del mundo exterior; se volvió neurótico tan pronto como ese objeto le fue sustraído, sin que se le hallase un sustituto”. En este sentido parece ser que la abstinencia de ese objeto, o más bien de la satisfacción que éste proveía, es la que produce tal dolor. Dado lo anterior podríamos entender que uno de los factores fundamentales que lastiman o inestabilizan al ser humano desde el inicio de su vida, es particularmente la pérdida paulatina de la satisfacción… de la sensación de resguardo y seguridad que le brindan los representantes de ese mundo externo.

Por otra parte, al entrar al tema de la enfermedad psíquica e intentarla dilucidar, encuentro que Freud en diversos escritos refiere a la frustración , ya sea interna o externa, en mayor o menor escala, como una de las fuentes de contracción tanto de las neurosis como de las psicosis, como lo señala en su artículo “neurosis y psicosis” (1923), “La etiología para el estallido de una psiconeurosis o de una psicosis, sigue siendo la frustración, el no cumplimiento de uno de aquellos deseos de la infancia eternamente indómitos, que tan profundas raíces tienen en nuestra organización comandada filogenéticamente”. Sin embargo paradójicamente desde sus mismos planteamientos, también ha señalado a la misma frustración como la que consolida y de alguna manera estructura el yo y el aparato mental.

De acuerdo a lo anteriormente señalado, podríamos establecer que desde el nacer lo hacemos “enfermando”, dado que todo en nuestra vida psíquica parece ser que comienza a partir de la frustración misma, que nos lleva a adolecer el cumplimiento total de nuestros deseos más profundos e inconscientes. Sin embargo, una parte del enfermar también puede asociarse con forjarnos y estructurarnos como seres humanos, dado que la frustración misma paulatinamente nos va lanzando necesariamente a crecer… a valernos o a reivindicarnos ante la pérdida fundamental.

Sobre esta línea parece ser que salud y enfermedad son el resultado de la manera en que el yo del ser humano es capaz de sortearse entre el placer y el displacer, dicho de otra manera, entre el principio del placer, el principio de realidad y ese anhelo humano incontenible que en algunos momentos puede sumergirnos en la búsqueda de la perfección, es decir, el principio del nirvana.

Freud señala diversas formas de “resolver” esa confrontación generada, ya sea a través de la frustración interna o de la externa, estableciendo desde las formas más evolucionadas hasta algunas un tanto más primarias o arcaicas. En este sentido en “Sobre los tipos de contracción de neurosis” (1912) expone la existencia de dos posibilidades para mantenerse sano, una de ellas “trasponer la tensión psíquica en una energía activa y vigorosa que permanezca dirigida hacia el mundo exterior y termine por arrancarle una satisfacción real para la libido; la otra, que se renuncie a la satisfacción libidinosa, se sublime la libido estancada y se la aplique a lograr metas que ya no sean eróticas y estén a salvo de la frustración”.

Ahora bien, en “Neurosis y psicosis” (1923), Freud señala que el efecto patógeno se gesta a partir de la resolución que dé el yo, el cual por un lado puede optar por una fidelidad mayormente establecida a su vasallaje al mundo exterior, procurando la sofocación del ello. O por otro lado, en el que resuelve quedar siendo el vasallo del ello, generándose una ruptura con la realidad.

Particularmente para que se genere la neurosis, debe existir una alteración del nexo con la realidad, misma que lanza al individuo a “evitar” aquella parte o fragmento que provocó la represión de la pulsión, la que por alguna razón ha fallado y que activará los síntomas cada vez que el estímulo inaceptable se presente. Freud en “La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis” (1924), explica que existen dos pasos en la génesis de la neurosis, el primero, en el que al servicio de la realidad se emprende la represión de una moción pulsional; y el segundo, que genera un aflojamiento del nexo con la realidad, en la que como comenté anteriormente, se evita, en una especie de amnesia, un fragmento de la realidad.

Por otra parte, al respecto de la psicosis señala un proceso análogo, refiriendo sin embargo que este mismo se da entre otras instancias (entre el yo y el mundo externo). En este sentido también habla de dos pasos que intervienen en la génesis. El primero, en el que se arrancará el yo de la realidad, y el segundo, en el cual se observa un carácter reparatorio que buscará compensar la pérdida de la realidad, sin embargo esto no se hará a expensas de una limitación del ello, sino de la edificación de una realidad nueva.

Uno de los aspectos fundamentales que señala Freud en este artículo y que contribuye a la fundamentación de mi planteamiento, es que “tanto neurosis como psicosis expresan la rebelión del ello contra el mundo exterior; expresan su displacer o, si se quiere, su incapacidad para adaptarse al apremio de la realidad, a la ´Aváykn [necesidad]”. Desde el planteamiento de este trabajo podríamos afirmar nuevamente que en ambos casos, la frustración ante la pérdida del sentido placentero, ya sea de la pulsión en la neurosis, o de la realidad en la psicosis, promueve esta modificación del nexo con la realidad, sólo que en la neurosis no se desmiente esta misma, más bien no se quiere saber de ella. Por lo contrario en la psicosis, ciertamente se genera la desmentida y se sustituye tal realidad.

En ambos casos el esfuerzo psíquico que conlleva la deformación de la realidad en mayor o en menor medida, produce cargas intensas de angustia por los esfuerzos que se tienen que hacer para lograr ese afán, sin embargo considero que lo que mayor sufrimiento psíquico puede generar por el lado de las neurosis, es no poder crearse “un sustituto cabal para la pulsión reprimida”, mientras que en la psicosis, “la subrogación de la realidad que no se deja verter en los moldes de formas satisfactorias”, siendo entonces que a pesar de todos los esfuerzos y volteretas que pueda hacer el aparato mental y sus instancias para acceder de alguna manera tanto a los deseos del ello como a una realidad mayormente tolerable, parece ser que el dolor más grande siempre estará ubicado en que nada de lo que se haga será suficiente para poder alcanzar la satisfacción plena… ¿El principio del Nirvana?.

A partir de lo anterior podemos deducir que el ser humano en sus diferentes etapas del desarrollo, vivirá confrontado con las frustraciones propias de la realidad, frustraciones que llevan a dolores psíquicos que al ponerse en juego con la predisposición heredada y la adquirida de la primera infancia, resolverán la manera y la tonalidad como el aparato psíquico se defenderá en tal circunstancia. Tal y como Freud señala en “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico” (1911) que entre el autoerotismo inicial y las diversas fases intermedias hasta la consolidación del amor de objeto, existe la posibilidad de que se genere un asiento que predispone a enfermar más tarde, sugiriéndonos “…la forma que adquirirá la enfermedad de la fase del desarrollo del yo y de la libido en la cual sobrevino aquella inhibición del desarrollo, predisponente”.
De cualquier manera, es una realidad que en ambos casos aunque se desea algo imposible de tener, hay marcados intentos “alucinatorios” (o por lo menos fantaseados), de que “eso” se puede poseer de alguna manera, sin embargo la resolución en la neurosis a diferencia de la psicosis, es que ante la disruptiva entrada del complejo de Edipo termina aceptándose dolorosamente la falta propia y la falla del mundo externo; ingresa el principio de realidad que le permite al individuo regular la interpretación del mundo exterior y de sí mismo.


La psicosis no puede con tal encomienda, por tanto los individuos sumergidos en ella, se pueden convertir en avasalladores personajes poseedores de una realidad alterna…. de una realidad imposible.
BIBLIOGRAFIA

Sigmund Freud, Sobre los tipos de contracción de neurosis (1912), Obras completas, tomo XII, Buenos Aires: Amorrortu, 2007.

Sigmund Freud, Neurosis y psicosis (1924 [1923]), Obras completas, tomo XIX, Buenos Aires: Amorrortu, 2007.

Sigmund Freud, La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis (1924), Obras completas, tomo XIX, Buenos Aires: Amorrortu, 2007.

Sigmund Freud, Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico (1911), Obras completas, tomo XII, Buenos Aires: Amorrortu, 2007.

miércoles, 1 de junio de 2011

Charcot, Freud y la Histeria

Autor: Alexis Schreck
Psicoanalista
alesch@prodigy.net.mx

Trabajo Publicado  en El libro de todo, como en botica I. México: Editorial Lectorum, 2008 y Revista Algarabía, septiembre 2007, num. 38, año X
Eran las 10 de la mañana cuando Jean-Martin Charcot, con su imponente presencia, ingresó al auditorio del Hospital de la Salpetriére en aquel Paris otoñal de 1885. Lo acompañaba algún ilustre visitante extranjero, y varios de los médicos que solían asistirlo.  El silencio expectante congelaba la escena.  Médicos y estudiantes de medicina de todas partes de Europa viajaban ex profeso, sólo para presenciar dos horas de un espectáculo sobrecogedor:  Charcot, el famoso neurólogo francés, presentaba a sus pacientes histéricas.
La histeria es una neurosis cuyo cuadro clínico suele estallar en síntomas, por lo general, ante ciertos acontecimientos críticos en la vida del paciente, como tal vez la adolescencia, el inicio de la vida sexual, el matrimonio, un duelo, etc.  Se caracteriza principalmente por la dramatización corporal, pues el conflicto inconsciente es simbolizado a través del cuerpo.  Así, se pueden presentar perturbaciones en la motricidad, como contracturas musculares, parálisis de las extremidades o faciales, dificultades para caminar, o trastornos de la sensibilidad como dolores locales, jaquecas y anestesias de alguna región del cuerpo.  También puede presentar trastornos sensoriales como la ceguera, la sordera o la afonía.  Los insomnios, desmayos, alteraciones de la conciencia, de la memoria o de la inteligencia y los ataques o convulsiones de aspecto epiléptico pueden también ser afecciones histéricas.
El nombre de tan llamativo del trastorno proviene de la palabra Hystera, que significa matriz, pues para los antiguos griegos, sobretodo Hipócrates, la histeria era una enfermedad orgánica de origen uterino y, por lo tanto, específicamente femenina.  Platón retoma esta idea en su Timeo y subraya que las mujeres llevaban en su seno “un animal sin alma”, animalidad que designa el destino de la mujer hasta la Edad Media, cuando su estudio se escinde del enfoque médico y toma un tamiz moral y religioso bajo las doctrinas agustinianas.  Esta animalidad femenina era la expresión de la convulsión uterina y del goce sexual, y por lo tanto del pecado, intervención directa del demonio que poseía al cuerpo femenino.
Así, la histérica se convirtió en bruja, y su cuerpo enajenado fue disputado entre los teólogos y los médicos.  Con la publicación del Malleus Maleficarum en 1487 muchas histéricas fueron condenadas a la hoguera como brujas o poseídas, hasta que en el siglo XVI el investigador Jean Wier restauró la posición de la medicina al considerar a las convulsivas de todo tipo como enfermas mentales.
Sin embargo, es hasta dos siglos después que Franz Antón Mesmer logra que se de definitivamente el pasaje de una concepción demoníaca de la histeria a una concepción científica.  Cierto que Mesmer defendía la falsa teoría del “fluido universal” que debía ser equilibrado en el cuerpo de la mujer a través de “magnetizaciones” o, como lo consideraríamos hoy en día, sugestiones hipnóticas.  La histeria se sustrae cabalmente de la religión cuando Mesmer le gana la partida al exorcista Josef Gassner en 1775 demostrando que el exorcismo no era más que un tipo de “magnetismo”.
Al poco tiempo, el mesmerismo cayó en total desprestigio y no fue hasta un siglo después que, sobre sus ruinas, se desarrolló la hipnosis (por James Braid en 1843), y es el gran Charcot quien rescata dicha técnica de sugestión y la vincula con la investigación de la histeria.  Así, se comienza a pensar en la histeria como un trastorno funcional del sistema nervioso que no podía ser localizable anatómicamente, de origen traumático, y que se presentaba también en hombres.

Pero este viernes frío de octubre Charcot no escatimó.  Esa mañana presentó a su histérica estrella, a su prima donna:  Blanche Wittmann, “la reine des hysteriques.”  Ella era el prototipo de histérica que ejemplificaba a la perfección las cuatro fases de ataque histérico: aura, ataque (gritos, pérdida de la consciencia y rigidez muscular), fase clónica (grandes movimientos, contorsiones, y gestos teatrales y pasionales) y resolución (sollozos, lágrimas y risas). Cuando la paciente caía en la grande hystérie,  Charcot podía generarle un trance hipnótico, y cual si fuera un ilusionista, lograba hacer desaparecer y aparecer síntomas, y así, una parálisis en el brazo derecho podía intercambiarse al brazo izquierdo, ejemplificando histriónicamente los efectos de la hipnosis en la condición histérica.
Las críticas llovían desde la escuela de Nancy y otros centros de investigación en Francia. Se cuenta, por ejemplo, que Jules Janet investigó a Blanche Wittmann cuando ella dejó La Salpetriere y le encontró una “segunda personalidad”, bien integrada y muy consciente de sus tiempos como la protagonista de las cuatro fases de la histeria de Charcot, las cuales había aprendido a representar perfectamente.
Sin embargo, ese 20 de octubre nada importaba, pues entre los espectadores se encontraba un joven neurólogo vienés de 26 años que recién había llegado a realizar sus prácticas en París.  El Dr. Sigmund Freud tomaba notas asombrado.  Lentamente su deseo de profesionalizarse como neurólogo se desvanecía y una nueva pasión surgía en él.  Cuando terminara su internado en la Salpetriere, dentro de cuatro meses, regresaría a Viena trayendo bajo su brazo las inquietudes que las dramáticas demostraciones del Dr. Charcot sembraron en él.
A Marta, su prometida, le escribió lo siguiente en relación a su maestro:
“Mi cerebro está lleno, como después de una función teatral.  Ignoro si la semilla fructificará; pero sé, en cambio, que ningún otro ser humano me ha afectado del mismo modo.”
Freud regresa a Viena decidido a concentrarse en los problemas de la mente en general y de la histeria en particular. Entre 1888 y 1893 forja un nuevo concepto de la histeria tomando la idea charcotiana del origen traumático, y ligándola a su teoría de la seducción.  En estas concepciones freudianas iniciales, la histérica en la infancia fue víctima pasiva de la seducción de un adulto, cuyo recuerdo traumático permanece como un cuerpo extraño, un quiste cuyo filo genera siempre el dolor y la discordia que serán tramitados simbólicamente a través del cuerpo; sus parálisis, sus anestesias, sus ascos, sus desmayos y, como diría Michel Foucault, su protesta ante la condición femenina.
La magistral obra Estudios sobre la Histeria surge a partir de su participación con Joseph Breuer y presenta el caso de Anna O. [1](estudiado y tratado por Breuer unos años atrás), y cuatro célebres casos de Freud: Cäcilie M, Emma von N, Katharina y Elisabeth von R. Todas maestras de Freud, todas creadoras del psicoanálisis, su aporte fue invaluable, permitiendo no sólo el giro que se da desde la hipnosis a la asociación libre en la técnica psicoanalítica, sino modificando la teoría freudiana, pues a partir de estas mujeres Freud descreerá del trauma real y colocará lo traumático del lado del mundo sexual fantaseado del paciente, a partir de los avatares de su deseo.     
Pero ¿cómo es la histeria moderna? ¿Cómo se representa hoy en día?  Sigue presentándose como una figura seductora cuyo cuerpo sexuado paradójicamente sufre por encontrarse genitalmente anestesiado.  Aquejada por inmensas inhibiciones sexuales, la histérica, o el histérico, seducen y erotizan para defenderse de su sexualidad, para permanecer en la insatisfacción y en la tristeza.  Así podrán presentar eyaculación precoz, impotencia, frigidez y dispareunia. Todos síntomas de un cuerpo que no puede sentir el placer sexual, sino sólo actuarlo, demorando por siempre la entrega.
La anorexia, la fatiga crónica, algunos casos de infertilidad, y los nuevos trastornos donde el dolor se generaliza a todo el cuerpo, a las articulaciones, a la piel, pueden ser las caras nuevas de la histeria, que en una suerte de identificación absorben lo imaginario y a la vez se rebelan contra la posición femenina en el mundo.[2] 

BIBLIOGRAFÍA
Appignanesi, L. y Forrester, J. (1992). Freud´s Women. U.S.A: Basic Books
Breuer, J. y Freud, S. (1893-1895/1985). Estudios sobre la Histeria, en Obras Completas, tomo II.  Argentina: Amorrortu.
Clark, R. W. (1980). Freud, el hombre y su causa. Barcelona: Planeta.
Ellenberger, H. F. (1970). The discovery of the unconscious. U.S.A: Basic Books.
Nasio, J. D. (1991). El dolor de la histeria. Argentina: Paidós.
Roudinesco, E. (1997). Diccionario de Psicoanálisis.  México: Paidós.



[1] Ver “el nacimiento del psicoanálisis”  en Algarabía.  A. Schreck.
[2] El Internado Villa de las Niñas en Chalco recientemente mostró este proceso de identificación histérica cuando varias niñas presentaron la misma sintomatología al unísono: mareo, vomito, dolores de cabeza y musculares, y dificultades para caminar o sostenerse en pie.  Se descartó un origen infeccioso o causa orgánica y se determinó como un trastorno psicógeno.