martes, 31 de mayo de 2011

¿Y qué con el deseo?

Autor: Gisela Ramírez Zerón
Psicoterapeuta Psicoanalítica
gizy_26@hotmail.com


“La existencia humana está sostenida por el lenguaje, éste ilumina lo que no se tiene, como el sueño que nos arrebata de la realidad para colocarnos en una dimensión de deseo. El sujeto se reivindica con la palabra, que frente al deseo, nos reinventa”
Liora Stavchansky

Hablar y entender el deseo desde cualquier perspectiva me parece bastante complejo, y ello se debe a que el deseo como tal es innombrable, nos hace producir, vivir, transformar, pero es inaprehensible. Es siempre deseo del Otro, deseo de reconocimiento y una búsqueda incesante por llegar a la tan anhelada y promovida “completud”. Por taponar esa  falta primordial que nos constituye desde el momento en que  somos inscritos dentro del campo del lenguaje como sujetos.
Pero, ¿qué es entonces el deseo? ¿Cómo se inscribe el deseo en el sujeto? ¿Cómo explicar entonces la constitución del deseo? ¿Cuál es el lugar del deseo dentro de la clínica psicoanalítica?
Para iniciar, es necesario distinguir entre tres términos utilizados indistintamente, pero que en el campo del psicoanálisis existe una diferencia radical entre ellos. Necesidad, deseo y demanda.
Ahora bien, para hablar del deseo, tenemos que diferenciarlo de la demanda, pese a que podríamos decir que el deseo per se es impensable sin la presencia de la demanda. El deseo entonces, se instituye en tanto resto que permanece tras la tramitación de la necesidad por la demanda.
El deseo es ante todo una pregunta con la que todo significante en tanto proveniente del Otro interpela. El significante interpela siempre porque abre un abismo que es ese margen en que la  demanda se desprende de la necesidad.[1]
De acuerdo con Lacan, “la cuestión del deseo es que el sujeto evanescente anhela encontrarse de nuevo por medio de algún tipo de encuentro con esa cosa milagrosa definida por el fantasma. Lo respalda en esta empresa aquello a lo que yo llamo el objeto perdido, el cual evoqué en un comienzo –lo que es algo tan terrible para la imaginación. Aquello que es producido y sostenido aquí y a lo cual llamo en mi vocabulario el objeto a minúscula es bien conocido por todos los psicoanalistas en la medida en que todo el psicoanálisis gira en torno a la existencia de este objeto particular. Pero la relación entre este sujeto barrado y el objeto a es la estructura, que siempre se encuentra en el fantasma que sustenta al deseo, en tanto que el deseo no es otra cosa que a lo que he llamado la metonimia de toda significación”[2]

Abordemos pues estas primeras experiencias de satisfacción en la vida de un sujeto. A diferencia de muchos animales, el humano es el único que depende de manera total del cuidado de alguien más para poder sobrevivir; es decir no es capaz de satisfacer sus necesidades básicas por sí mismo. Es así que se requiere de la presencia de otro para poder sobrevivir

Este Otro en un primer momento de la vida del infante, es quien interpreta todas aquellas movilizaciones del cuerpo como un llamado (hambre)  por lo que la madre, o quien ejerza la función materna, responde con la satisfacción de la necesidad sumado a un despliegue de ternura y amor manifestados hacia él, inscribiendo al sujeto al orden significante de la Madre como Otro (tesoro de significantes).  Esta primera vivencia de  goce, se inscribe como huella mnémica; es decir, funge como un signo. Es ese momento mítico, de  absoluta completud y satisfacción que se intentará recuperar en tanto se percibe como una pérdida. Es en este momento en el que el sujeto se constituye como tal;  es decir, como sujeto del lenguaje. El sujeto en tanto tal, es un sujeto en falta, el sujeto barrado del psicoanálisis. Es entonces que tiene que introducirse en el juego de la Demanda.

Demandará la satisfacción de la necesidad, como una Demanda dirigida al Otro realizada por medio del lenguaje, así que invariablemente algo se pierde en ese decir  de la demanda.  Lacan llamará a esto “Dialogo de Sordos”. El Otro entonces, recibe la demanda en la que algo se ha perdido como resultado de su inscripción en el lenguaje y podrá satisfacer lo que queda de ella; es decir, al haber ausencia de respuesta de la demanda, lo que se satisface es la necesidad. Sin embargo, queda un residuo de eso que no pudo articularse en la demanda y que al no ser colmado dará movimiento [3]

El deseo entonces queda en ese lugar que resulta de la diferencia de lo que se demanda y lo que se recibe o es satisfecho. Esto impulsa pues a seguir demandando, ya que aunque el deseo irá siempre más allá de la demanda, está sujeto a ella. Así también vemos que el sujeto tiene necesidad de crearse un deseo insatisfecho.

El deseo es lo que se manifiesta en el intervalo que cava la demanda más acá de ella misma, en la medida en que el sujeto, al articular la cadena significante, trae a la luz la carencia de ser con el llamado a recibir el complemento del Otro, si el Otro, lugar de la palabra, es también el lugar de esa carencia”[4]. Es a partir del momento mítico (momento de completud) que provee al sujeto de la idea de haber perdido algo. Ese objeto siempre perdido, es  el objeto a” al que Lacan se refiere como el objeto causa de deseo: en tanto que falta.

El hombre se aprehende como cuerpo, como forma vacía del cuerpo, en un movimiento de báscula, de intercambio con el otro[5]

Lacan,  concibe el deseo (montado en la concepción filosófica de Hegel) como deseo del Otro, primordialmente como  Deseo del Deseo del Otro. Así es como el sujeto se pregunta ¿qué me quiere el Otro? 
De acuerdo con Hegel,  El Deseo que se dirige hacia un objeto natural no es humano sino en la medida en que está “mediatizado” por el Deseo de otro dirigiéndose sobre el mismo objeto: es humano desear lo que desean los otros, porque lo desean[6]

“Desear el Deseo de otro es, pues, en última instancia desear que el valor que yo soy o que “represento” sea el valor deseado por ese otro: quiero que él “reconozca” mi valor como su valor; quiero que él me “reconozca” como un valor autónomo. Dicho de otro modo, todo Deseo humano, antropógeno, generador de la Autoconciencia, de la realidad humana, se ejerce en función del deseo de “reconocimiento”.[7]

El Deseo no se agota, no se satisface con nada, no hay algo o alguien capaz de llenar ese agujero que cubriría y velaría totalmente al Deseo, para que nos sintiésemos completos, El deseo es la metonimia de la carencia de ser[8]. ¿De qué daría cuenta el inconsciente si no es del Deseo? Es justamente del Deseo de lo que se habla en la clínica, articulado a través de la demanda de amor hacia el Otro del analista.

Pero,  el deseo es aquel  que escapa de una palabra que lo pueda nombrar, es allí en las fracturas del lenguaje, en los síntomas mismos tatuados en el cuerpo de la histérica en donde encontramos que el deseo habla y busca ser escuchado.

Fue pues Freud, el primero en dar cuenta de eso que quiere decir el inconsciente en sus diversas manifestaciones, y ese decir es el del deseo; el deseo inconsciente. Puso entonces los cimientos para que Lacan en un retorno a Freud y articulando distintos saberes en función del psicoanálisis, quien le daría este lugar de vacío, de falta.

Entonces, ¿a quién descubre el sueño, el lapsus, etc., su sentido antes de que esté el analista? Bien si reconocemos que toda manifestación inconsciente está hecha para el reconocimiento es acaso el reconocimiento del deseo el que se busca?

 Así es, de acuerdo con Lacan, “Porque el deseo, si Freud dice la verdad del inconsciente y si el análisis es necesario, no se capta sino en la interpretación. El psicoanálisis por lo tanto, apuesta por un acceso al propio deseo.[9]  Para ser sujeto de deseo, se tendrá que abandonar el goce que promete ese lugar “sin falta” del mito originario, para dar lugar a través de la caída del analista como objeto de desecho; como objeto “a” que el sujeto puede llegar a asumir que no hay Otro que pueda colmar su deseo. La salida se da a través del retorno del deseo verbalizado, a través de un pacto simbólico(transferencia) que permita el surgimiento del Je, el sujeto del deseo pudiendo acceder al deseo como revelación de la verdad del ser.

En cuanto al lugar del  analista frente al deseo, éste debe poner en juego su propio deseo, pero evidentemente no puede ser del mismo modo que el analizante. El deseo del analista debe operar como deseo del Otro, de ese Otro particular del analizante. Debe permanecer en ese “vacìo”, que es el lugar que se deja para que el deseo se sitúe.





Referencias Bibliográficas
Gerber, D. (1997): “Ficciones de Verdad” en El Laberinto de las Estructuras”, México: Siglo XXI.
Lacan, J. (1956-1959): "El Seminario. Libro 1, Escritos Técnicos de Freud”, Buenos Aires: Paidos (2008).
      (1958): "La dirección de la cura y los principios de su poder", en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.
      Acerca de la estructura como mixtura de una Otredad, condición sine qua non de absolutamente cualquier sujeto, Baltimore (USA), 1966 Traducción directa del inglés de Leonel Sánchez Trapani
-La dialéctica del amo y del esclavo, en Hegel, comentada por Kojève




[1] D. Gerber, “Ficciones de Verdad” en El Laberinto de las Estructuras, México, Siglo XXI, 1997, pág. 120
[2] Acerca de la estructura como mixtura de una Otredad, condición sine qua non de absolutamente cualquier sujeto Jacques Lacan Baltimore (USA), 1966 Traducción directa del inglés de Leonel Sánchez Trapani
[3] J. Lacan. Seminario 1, “Escritos Técnicos de Freud”, Clase 13: La Báscula del deseo”.
[4] Idem.
[5] J. Lacan. Seminario 1, “Escritos Técnicos de Freud”, Clase 13: La Báscula del deseo”.
[6] La dialéctica del Amo y el esclavo, en Hegel comentado por Kojève.
[7] Idem
[8] J. Lacan “Hay que tomar el deseo a la Letra” en La dirección de la Cura y los principios de su poder: Escritos 2.
[9] J. Lacan “Hay que tomar el deseo a la Letra” en La dirección de la Cura y los principios de su poder: Escritos 2.

viernes, 27 de mayo de 2011

El nacimiento del psicoanálisis

Autor: Alexis Schreck
Psicoanalista
alesch@prodigy.net.mx


Trabajo Publicado en
Revista Algarabía, marzo – abril 2004,  num. 12, año VII

El Doctor Josef Breuer apareció en casa de la familia Pappenheim un frío día de noviembre de 1880. Por ese tiempo, el doctor Breuer a sus 38 años gozaba de una estupenda reputación como médico de gran experiencia y como destacado científico en Viena, sin embargo su nombre no hubiera pasado a los anales de la historia de la ciencia si no hubiera sido porque esa tarde atendería por primera vez a Anna O.
Anna O. en verdad se llamaba Bertha Pappenheim, Se trataba de una atractiva y vivaz joven de 21 años que provenía de una acaudalada familia vienesa. Unos pocos meses atrás su padre había enfermado y pasado algún tiempo de cuidarlo a los pies de su cama, la misma Bertha comenzó a presentar una pléyade de extraños síntomas.
Comenzó con una tos “nerviosa” y una parálisis del brazo y la pierna derechas, con insensibilidad y presencia frecuente de la misma afección en los miembros del lado izquierdo; presentó también perturbaciones en los movimientos oculares junto con curiosas deficiencias en la visión, así como dificultades para sostener la cabeza.  También sentía asco de los alimentos y en ocasiones incluso incapacidad para beber al mismo tiempo que sentía una sed martirizadora. Uno de los síntomas más peculiares era su incapacidad para comprender y hablar su lengua materna, pudiendo sólo expresarse ¡en inglés! Inclusive cuando leía en voz alta un texto en alemán realizaba instantáneamente la traducción casi perfecta al inglés sin darse cuenta de lo que hacía, ni aún siendo confrontada con ello. Todo esto, aunado a sus estados de ausencia, confusión y a sus delirios la hubieran llevado a la hoguera o al exorcismo unos siglos antes, pues francamente Bertha parecía estar poseída.
Por fortuna a finales del siglo diecinueve la histeria representaba ya un fenómeno de máximo interés para los científicos europeos; los doctores Jean-Martin Charcot y Pierre Janet llevaban tiempo investigando los efectos de la hipnosis sobre pacientes que presentaban similar sintomatología histérica en Francia. Sin embargo la tendencia médica apuntaba a “ignorar” o a aislar a dichas pacientes, pues la atención médica sólo contribuía a fomentar y reforzar su padecimiento. En esa época con las pacientes histéricas no se podía hacer nada.
Resultó afortunado el hecho de que Joseph Breuer no incurriera en tal falta con Bertha; a pesar de no saber cómo ayudarla le brindó toda su simpatía y su interés, tratándola amorosamente. Así, con el tiempo, fue notando que en los estados de ausencia, ella murmuraba palabras que parecían provenir de unos nexos en los que se ocupaba su pensamiento. Sin embargo, en sus momentos de alerta, Bertha no recordaba dichos nexos, por lo que su médico la sujetaba a una suerte de hipnosis con el fin de moverla a retomar estas ilaciones de ideas.
De esta manera, paulatinamente, y ya sin la necesidad de los recursos hipnóticos, Bertha incursionó en lo que bautizó: the talking cure o “la cura por el habla.” Esta novedosa terapia consistía en hacer un seguimiento verbal desde el síntoma actual hasta el momento en el que se causó la presencia de dicha expresión sintomática. El discurso de Bertha, poblado de fantasías, y de tristísimos y creativos relatos, le funcionaba como una “limpieza de chimenea”, como ella misma lo definió en tono de broma, cuyo efecto “deshollinador” tuvo como consecuencia la eliminación de sus síntomas en un periodo de sólo dos años.
El doctor Breuer relató con detalle todos los aspectos relativos al caso de Bertha a su gran amigo y protegido Sigmund Freud, quien en esos tiempos tenía apenas 24 años y se  iniciaba como médico en Viena. Freud a su vez le estuvo dando vueltas en la cabeza durante diez años, incluso comentándolo con el doctor Charcot en los años en que se dedicó a estudiar bajo su tutela en Paris. Al doctor Charcot no le interesó mucho el tema y Freud no volvió a él sino hasta 1892, ya de regreso en Viena.
Breuer y Freud publicaron conjuntamente Estudios sobre la Histeria en 1893, y el primer caso presentado en este escrito fue el de Anna O. Breuer fue llevado a describir como método catártico lo que la misma Bertha había calificado como “cura por el habla.”
Resulta divertido observar que la noción de catarsis, tomada de Aristóteles, acababa de ponerse de moda otra vez en el decenio de 1880, gracias a una obra dedicada a la teoría aristotélica de la tragedia, cuyo autor, Jacob Bernays, no era sino el tío de la futura esposa de Sigmund Freud. Utilizando este método, Freud se vio compelido a abandonar los tratamientos hipnóticos, colocando en su lugar el procedimiento de la “asociación libre” en la que el paciente habla libremente y sin censura de aquello que va surgiendo a su conciencia en el transcurso de su sesión.
De alguna manera, el doctor Breuer y Bertha fueron descubriendo que la causa de sus múltiples síntomas de esta última fueron generados en el tiempo en que ella cuidaba a su padre enfermo, al que le profería un amor exagerado. Por sólo citar un ejemplo, Bertha se dio cuenta que la parálisis y anestesia de su brazo y pierna derechos surgieron en una ocasión en la que vigilaba angustiadamente el lecho de su padre en estado gravedad, mientras sostenía el brazo derecho sobre el respaldo de la silla en la que estaba sentada. En tal momento, Bertha, entre sueño y vigilia, vio —o soñó— cómo una serpiente se deslizaba desde la pared hacia la cama del enfermo y trató de espantar al animal, pero el brazo se le había “dormido” y no se pudo mover; entonces quiso rezar, pero en su angustia no encontró palabras, hasta que por fin dio con un verso infantil en inglés, y entonces pudo seguir pensando y rezando en esa lengua. Una vez recordada la causa de sus síntomas, Bertha pudo volver a sentir y mover sus brazos y sus piernas, y pudo volver a hablar en alemán.
Había nacido el psicoanálisis, con el doctor Breuer como padre y Bertha Pappenheim como madre, pero con Sigmund Freud como partero del deseo inconsciente de la histérica. A partir de ahí Freud seguiría trabajando en un asunto que Breuer decidió dejar por la paz, ubicando a la histeria como el resultado de un trauma que permanecía inconsciente y actuaba como un “cuerpo extraño,” una espina en el psiquismo del paciente. Era necesario entonces, hacer consciente precisamente este momento traumático a través del recuerdo, y dar libre expresión verbal al afecto ligado a este suceso, dominando lo inconsciente al traerlo al terreno de lo consciente por medio de la catarsis. No obstante, posteriormente Freud se daría cuenta de que no basta con recordar los sucesos traumáticos, sino que es menester repetirlos en el espacio psicoanalítico, y es aquí donde otra vez recurre al caso de Anna O.
Cuenta la mitología del psicoanálisis que Breuer dejó repentinamente a Bertha a cargo de otro médico en 1882 por un suceso que lo atormentó tanto que jamás pudo publicarlo. La historia es la siguiente: después de una breve ausencia, Breuer regresó a casa de la familia Pappenheim y encontró a Bertha con un agudo dolor en el vientre y gritando que estaba dando a luz al hijo del “doctor B.”, en ese instante Breuer se percata que la paciente se había inmiscuido en su vida personal de tal forma que estaba expresando sentimientos amorosos hacia él que no le correspondían, siendo el médico un hombre serio con un matrimonio estable. Aunque Breuer se deslindó totalmente de tal hecho, Freud asume en ése y en sus casos posteriores, que los pacientes presentan hacia los analistas una “neurosis de transferencia” que sustituye a la problemática por la que inicialmente acudieron a tratamiento.
Hasta aquí quedan señalados dos de los tres objetivos terapéuticos más ambiciosos del método psicoanalítico: el primero el recordar el o los sucesos traumáticos que precedieron la instalación del padecimiento y el segundo el repetir mediante la transferencia todo aquello que no puede ser recordado pero que es puesto en acto en la relación con el analista[1].
En 1893, nacía el psicoanálisis como una disciplina científica que ayudaría a millones de personas en los años venideros y Freud nunca dejó de agradecer al doctor Breuer y a Bertha Pappenheim por su valiosa contribución. Bertha se convirtió en la primera trabajadora social de Europa, consagrando su vida a los necesitados, y Breuer continuó imbuido en su labor psiquiátrica, sin intenciones de retornar a las pasiones del psicoanálisis.
Bibliografía
Lisa Appignanesi y John Forrester, Freud’s Women, Londres: Basic Books, 1992.
Sigmund Freud, Obras Completas,  Argentina: Amorrortu, 1985.
Gerardo Herreros y Eduardo Mahieu, “Joseph Breuer” en Vidas y Obras, historia de la psiquiatría en www.psicomundo.com.


[1]El tercer objetivo del psicoanálisis es la elaboración progresiva de lo develado mediante los dos procesos anteriores.